sábado, 19 de octubre de 2013

El Señor Galindez, nota y crítica en Página Doce. Opinión de Pavlovsky

TEATRO › DOS OBRAS DE EDUARDO "TATO" PAVLOVSKY EN LA CARTELERA PORTEÑA

Teatro para mantener viva la memoria

 
 
Christian Forteza dirige una notable versión de Potestad, mientras que Daniel Loisi realizó la puesta de El señor Galíndez. Ambos coinciden: "Pavlovsky hoy está más vigente que nunca".

Por María Daniela Yaccar
 
Christian Forteza y Daniel Loisi, directores que han elegido textos de Eduardo “Tato” Pavlovsky para sus últimas puestas, coinciden en una palabra al reflexionar sobre el teatro del gran dramaturgo argentino: memoria. “El teatro de Pavlovsky la mantiene viva. No sólo para aquellos a los que les tocó de alguna manera u otra la dictadura, sino también para las nuevas generaciones”, afirma a Página/12 Forteza, quien dirige una notable versión de Potestad. Por su parte, Loisi, quien está al frente de El señor Galíndez, otra de las obras más conocidas del teatro pavlovskiano, desliza: “Hoy, que los argentinos tenemos memoria, Tato está más presente que nunca. Moviliza y agiliza la memoria”.
Tanto Potestad como El señor Galíndez son obras que tienen sus años –datan de 1985 y de 1973, respectivamente–, pero podría decirse que el tiempo las ha convertido en clásicos. Todavía tienen mucho que decir, y más en una sociedad que ha puesto en el centro de la discusión política la cuestión de los derechos humanos, un tema omnipresente en los textos de Pavlovsky. Difícil la tarea de dirigir Potestad, esa pieza magnífica que hace que el público se identifique con el raptor de una niña (y que, dicho sea de paso, le valió al autor enojos inesperados por la supuesta “comprensión” a ese personaje indeseable). Pero no únicamente por la complejidad del texto, sino también porque en el imaginario colectivo está muy presente el hecho de que el mismo Pavlovsky le haya puesto el cuerpo a esta pieza de “realismo exasperante”, según la definió.
Forteza dice que sí, que trabajar con una vara de exigencia tan alta –la actuación de Pavlovsky en Potestad es inolvidable para muchos– representó un desafío. Pero el actor con el que comparte este proyecto, Jorge Lorenzo, le hace justicia al texto, que en este caso es un unipersonal. Se deshicieron del personaje femenino que, en los momentos en que actuaba Pavlovsky, encarnaba Susana Evans. “Trabajamos cuatro meses intensos y el último mes antes del estreno, casi todos los días. Fuimos respetuosos del texto, quisimos transmitir su esencia y, sobre todo, el tipo de teatro del autor, que es un teatro de estados”, dice Forteza. “Es un desafío para cualquier actor o director trabajar sus textos porque tienen una complejidad oculta que hay que tratar de plasmar en un escenario. Es uno de nuestros grandes autores.”
“Si no hubo un plan sistemático de robo de bebés, como manifestó Videla en una entrevista –cosa que no le quita atrocidad al hecho–, la obra nos invita a reflexionar sobre por qué tantos civiles y militares se apropiaron de niños cambiándoles su identidad, y que seguramente fueron amados y cuidados como hijos propios. Esa contradicción refleja Potestad: es la historia de un raptor que se apropia de una niña para volcar en ella sus sentimientos de padre más sinceros”, desliza el director. Cuenta que vio la obra hace veinte años en el teatro Babilonia. Y que quedó “muy impresionado” con la actuación del referente del teatro argentino y latinoamericano, estudiado en diferentes partes del mundo. “Quedé impregnado por ese cuerpo en el espacio, que transmitía una musicalidad tan particular, a partir de la forma de decir el texto y el movimiento de sus acciones y gestos. Había hecho cuatro o cinco funciones especialmente con el afán de que fueran los jóvenes”, recuerda. Dos décadas más tarde, a Forteza lo ilusiona lo mismo: “Nuestra versión está pensada como un homenaje a Tato y a los treinta años en democracia. Y nuestra intención es que también la vean los jóvenes, porque es una obra necesaria”, anhela.
Por El señor Galíndez, pieza fundamental del teatro político, a Pavlovsky le pusieron una bomba, en 1974. Si los textos están atravesados por la historia, éste es un caso paradigmático. Con esta obra, los espectadores se encontrarán con un relato más coral que Potestad, con más personajes, y más realista también. En realidad, hiperrealista. Loisi buscó, sobre todo, que el espectáculo emane violencia. “Esta puesta es diferente a todas las que se hicieron. Algunos colegas me dijeron que es la versión más impactante de todas”, arriesga el director. “Siempre camino en el borde del teatro y el estilo cinematográfico u operístico. Intento un teatro vivo, de sangre, sin mentiras y con mucha pasión”, asegura. El también está en escena. Encarna a Beto, uno de los torturadores de poca monta que recibe, junto a Pepe (Gustavo Langelotti) la visita de un joven torturador con formación intelectual.
Este joven llamado Eduardo (Pablo Walluschek) llegó para aprender la práctica de la mano de Pepe y Beto. Tal como está en el texto, quien da las órdenes, Galíndez, no aparece en escena: en primer plano hay un teléfono, que es el símbolo de esa presencia-ausencia. Hay, efectivamente, mucha violencia en la puesta: hay golpes, personajes que se arrastran y que gritan. “Trabajamos la violencia y el erotismo buscando una credibilidad lo más grande posible, sobre todo en la escena de tortura con las actrices que representan a las prostitutas (Laura Manzaneda y Daniela Cerliani). Ahí queda reflejado lo enfermos que son estos tipos, que ni pueden gozar del sexo porque encuentran el verdadero goce en la tortura”, reflexiona Loisi. “Busqué una ruptura teatral que se da en varios momentos: por ejemplo, cuando mi personaje golpea con el cinturón al joven. Le dice: ‘¿Qué te crees? ¿Que estás en un teatro? Esto es de verdad’. Rompemos la cuarta pared y hacemos que el público deje de ser un espectador pasivo”, concluye.
* Potestad: domingos a las 19 en El Opalo, Junín 380. Función especial por los treinta años de democracia el 22 de octubre en el C. C. de la Cooperación, Av. Corrientes 1543 (entrada gratuita). El señor Galíndez: viernes a las 22 en el IFT, Boulogne Sur Mer 549.


 
 
 
 
No hay sadismos especiales
                
Por Eduardo “Tato” Pavlovsky
Estas son mis obras más conocidas. El señor Galíndez fue la primera que encaró la tortura como institución. En la obra hay dos torturadores que trabajan a mano suelta, pero la otra que aparece es una tortura institucional, que viene desde el Estado, el sistema. En este último caso, el torturador tiene una formación, y los fenómenos de la violación, el rapto o la vejación son normales y sintónicos con la institución. Con esta obra me adelanté a lo que sería la presencia de los primeros torturadores formados, como Astiz. Un hombre de una gran cultura y formado muy joven, que fue transformado en una máquina de matar. Beto y Pepe eran torturadores por hora, a destajo, sin ideología política. Astiz tenía una formación. Y en la obra hay un aprendiz: una persona por primera vez estudia los libros del señor Galíndez. Esto es lo novedoso de la obra. Beto y Pepe también eran víctimas: se los podía sacar a patadas, cosa que no ocurría con los que tenían una formación del Estado. Es muy clave esto: se asocia muy fácilmente al torturador con una patología. Pero hay muchas personas con capacidad de torturar. No son todos psicópatas.
Potestad se hizo muy famosa por la película y con Susana Evans recorrimos sesenta festivales internacionales debido a la extraordinaria puesta de Norman Briski. Mostramos la normalidad del torturador, su vida, la hija que quería y que no podía tener. Durante la primera parte el hombre es una víctima. El público genera identificación con un raptor de niños que se quedó con una nena muy chiquita luego de que mataran a su padre y a su madre. Ese deseo del hombre, de tener una hija, es verdadero, ferviente y auténtico. Yo, al actuar, era un apropiador, un criminal. La gente me decía que se había identificado con un hijo de puta. Pero el torturador puede adorar a su hija y vivir en forma amorosa y cariñosa. Una cosa son los afectos, otra la ética. El drama es que los torturadores son parecidos a cualquiera, no hay sadismos especiales.
Hannah Arendt decía que le llamaba la atención la mediocridad humana de Eichmann y que la clave de este lúgubre represor era que con su mediocridad no podía pensar. Merecía el castigo pero, también, un mejor estudio para la comprensión del fenómeno de la tortura y de las instituciones que la generan. Por ejemplo, un mejor estudio sobre los comandos judíos que colaboraban con los alemanes.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-30190-2013-10-12.HTML




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